"La razón por la cual el hombre es, más que la
abeja o cualquier animal gregario, un animal social es evidente: la naturaleza,
como solemos decir, no hace nada en vano, y el hombre es el único animal que
tiene palabra. La voz es signo del dolor y del placer, y por eso la
tienen también los demás animales, pues su naturaleza llega hasta tener
sensación de dolor y de placer y significársela unos a otros; pero la palabra
es para manifestar lo conveniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto,
y es exclusivo del hombre, frente a los demás animales, el tener, él sólo,
el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto,
etc., y la comunidad de estas cosas es lo que constituye la casa y la ciudad".
Explicación al texto citado:
La
idea principal del texto es el lógos como característica diferenciadora de las
sociedades humanas respecto al resto de sociedades. Esta
idea continúa la reflexión aristotélica en torno a la sociabilidad natural del
ser humano: vivimos en sociedad por naturaleza, y también por naturaleza
poseemos el lenguaje como elemento que nos distingue del resto de especies.
Así, Aristóteles nos está ofreciendo también su propia visión del ser humano
como animal que tiene palabra. El lenguaje se convierte además en la raíz de la
moral y la política, pues gracias a él podemos discutir “sobre lo justo y lo injusto”
y dar voz a nuestro “sentido del bien”. En
consecuencia, el texto podría responder a la siguiente pregunta: ¿En qué se
diferencia la sociedad humana del resto de sociedades? La respuesta
aristotélica apuntaría al lógos como aquello que nos define y nos separa del
resto de animales, siendo una condición indispensable de nuestra manera de
vivir en sociedad.
El
principal argumento de Aristóteles apela a la naturaleza como origen de nuestra
capacidad lingüística. Puesto que la naturaleza “no
hace nada en vano” y el ser humano dispone del lenguaje, habrá que concluir que
todo lo que deriva del mismo, como el vivir en la ciudad, es “por naturaleza”,
y que además da a nuestra manera de vivir en sociedad una nota distintiva en
tanto que nos permite discutir sobre cuestiones morales y políticas, que es la
idea que aparece en la segunda parte del texto. Esto es precisamente lo más
característico de la vida en la ciudad: tomar las decisiones a través de la
palabra, que nos ha sido dada por la naturaleza.
A partir de lo anterior, se podría decir que el hombre
aspira por naturaleza a conocer, tal y como afirma Aristóteles al comienzo de su Metafísica. Cabría preguntarse
entonces qué es el conocimiento para
Aristóteles. Al igual que su maestro Platón, Aristóteles afirma que el
conocimiento debe buscar lo universal, es decir, existe algo más allá de la
apariencia que hace que las cosas sean lo que son. Se trata de la forma de las
cosas, que es el objetivo último del conocimiento. Hay por tanto una verdad
universal en la realidad y podemos conocerla. Sin embargo, el proceso del
conocimiento no tiene nada que ver con lo descrito por Platón: el conocimiento
empieza por los sentidos, y en este sentido no somos muy distintos al resto de
animales.
Es preciso introducir
también algunas reflexiones de la ética, en la que entendimiento y voluntad
están íntimamente unidos. No en vano
define Aristóteles la felicidad como la “actividad del alma dirigida por la
virtud”. El alma entonces, tiene una dimensión operativa: no sólo conoce el
mundo sino que también vive en el mismo, “hace” cosas en la realidad física y
social. En cierto sentido, el alma es principio de acción y también de decisión
en tanto que decidimos por medio de nuestra voluntad. Y como decía unas líneas
más arriba, Aristóteles distinguirá virtudes propias de la voluntad (éticas) y
virtudes propias del intelecto (dianoéticas). Más aún: el hombre prudente, que es un modelo a seguir dentro de la propuesta
ética Aristótelica es precisamente aquel en el que intelecto y voluntad
conviven en armonía: el alma del hombre prudente sabe lo que hay que hacer
(virtud intelectual, capacidad de análisis y toma de decisión) y quiere hacerlo
(virtud de la voluntad, que cuenta con la suficiente fuerza como para llevar la
acción a cabo).
Si el “télos” del ser
humano es alcanzar la felicidad, cabría preguntarse qué estilo de vida es el
mejor, el que más nos asegura el lograr una vida feliz, completa, realizada. A
qué debe aspirar nuestro alma si queremos ser felices. De todos los estilos de
vida posibles, Aristóteles propone
precisamente la vida entregada al conocimiento, la vida teórica. Si el ser
humano es el anima que tiene logos, parece que tendrá que vivir de acuerdo a su
naturaleza, de acuerdo a lo que es. Nuestra capacidad de conocer es una de las
notas distintivas de nuestra especie, por lo que la vida más auténtica y
plenamente humana tendrá que desarrollar al máximo este conocimiento. De
esta forma, esta exposición que comenzaba con referencias a la antropología
aristotélica y a la teoría del conocimiento, nos conduce de un modo casi
natural a la ética: el alma mejor es la de aquel que se dedica a conocer, pues
siempre tendrá más opciones de ser feliz.
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